jueves, 1 de abril de 2010

21

Siempre que me da por escribir me escuece el corazón. Quisiera no referirte a base de indirectas, quisiera coserme a júbilos y regocijos sin fecha de caducidad. Agarr.arte sin causarte daño alguno, sacudirte con mi ilusión. Conmoverte de ese modo en que las risotadas despreocupadas de un crío podrían hacerlo, sin causar ansiedades, solo unos pocos miedos, por si un día nos perdemos y estos deben renacer, para abrazarnos con más fuerza intangible, con más ganas imponderables.

No sé describirte escribiendo. Son tantas las contradicciones que me abruman y que me coartan... Estás ahí, presente e intocable. Lejano, a unas pocas verdades de distancia. Estás ahí. Lo sé, me doy cuenta. Y no me atrevo, no me atrevo a respirar este aire tan contaminado. Sírveme de escudo y convénceme de la posibilidad de rebozarme(-nos) en azúcar. Otra vez. Una vez más. Y otra, y otra. Y no le pongas fin ni ninguna definición estricta que me colapse.

Más de una vez me hago conocedora de mi locura, de mi caos contradictorio de emociones subliminales machacadas al resquicio de una puerta. Una entrada que no conoces, que ni siquiera sé más que percibir. Ven a contarme qué tal, ven a masacrarme con habladurías de amor. Lo estoy deseando. Estoy deseando que desdibujes los límites, que abras las barreras a golpes de ternura.

Resolviendo cualquier ecuación desequilibrada.