Nos sentíamos viento y pretendíamos volar para siempre. A pesar de que la realidad nos jodiera los planes, el gusto por el planeo y el despegue provenían casi des de las entrañas. Como algo intrínseco y sincero sentíamos la sangre hirviéndonos en las venas, y los tragos que nos servía el momento eran intensos, apasionantes como tantas primeras veces. Creo que era una mezcla de rabia y adrenalina. Por eso hacíamos las cosas como las hacíamos, porque en nuestro interior se mezclaba la intensidad emocional y eso racionalizaba más aún lo racional, y nuestra finalidad justificaba todo aquello en lo que creíamos, que en ojos ajenos no era justificable.
Nos asaltaban frases en la cabeza y a medianoche asaltábamos
paredes. Otros asaltaban actos privados, trenes o edificios públicos. Entre
nuestros modos de lucha había lugar para la poesía, la música y el teatro. En
realidad, cada movimiento nuestro estaba plagado de A R T E. De amor por lo dicho,
de pasión por las palabras que bombardeaban las ciudades y los periódicos de la
prensa alternativa.
En esos momentos, sentía intensa la vida y me reafirmaba en
la lucha. Pocas veces me han sorprendido tanto mis piernas como corriendo por
las veredas con el estómago en la boca y el bote de pintura en los manos. Pocas
veces me palpitó tanto el corazón como después de leer aquel artículo sobre la
tortura de los ideales, como después de acabar aquel libro que me describió la
realidad con la misma rabia que yo siento o después de escuchar aquella canción
que al llenar mis oídos, llenó mi alma. Me enamoré por primera vez de aquel
escritor uruguayo al que tanto adoro escuchar (y leer) des de la lejanía y des
del anonimato, y vi películas que me hicieron odiar y amar a partes iguales.
No había lugar para nada más que el presente. El sol brillaba aquella mañana y
el tiempo parecía haberse detenido para darnos tregua en la batalla. Mi ventana
estaba llena de azul intenso y los pájaros cantaban L I B R E S. Ákrata, tan bonita como
siempre, se encontraba abajo, acomodada en la acera que rodea la casa. La
observé des de las alturas y por un momento, ante esta situación rutinaria, me sentí agradecida y dichosa.
De un soplo de brisa, las pesadillas se marcharon por la
ventana.
- m a y o 2 0 1 4-
- m a y o 2 0 1 4-